![]() ¨Fuimos condenadas a parir sin deseo, sin sentimientos, sin sentir la vida y el placer en nuestras entrañas. Porque de otro modo nunca hubieran conseguido que infligiéramos el daño que infligimos a las criaturas. Como leonas o lobas defenderíamos a nuestras crías contra el patriarcado; nos dejaríamos matar mil veces antes que consentir que nadie hiciese llorar de desesperación a un recién nacido o antes de permitir que lo arrancasen de nuestro pecho y nuestro regazo. No podríamos soportar esa frustración ni controlar la fuerza de la pasión materna¨ En esta ocasión me gustaría compartir unas reflexiones sobre el complejo de Edipo, su representación en el cuerpo de la mujer y aceptación desde el incosnciente colectivo, de Casilda Rodrigañez en su libro ¨La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente¨. Un libro que, para quien se atreva a adentrarse en él, puede resultar de una dureza implacable y llegar a convulsionar. Un libro altamente recomendable para quien desee ampliar consciencia sin marcha atrás. ¨En los primeros tiempos de las prohibiciones, todo lo que hiciese referencia o que tocase el tracto vaginal de la mujer, al ser susceptible de producir placer de modo involuntario, de estimular el deseo sexual, debía de definirse y establecerse como impuro. Por eso, el Catecismo Ripalda, para no dejar ningún cabo suelto, además de decir que la Virgen concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y que no conoció varón alguno, que, por tanto, hasta el parto su vagina permaneció intacta, no tocada, tenía que resolver la paradoja de permanecer 'pura' (no tocada) en el parto; es decir, la paradoja de decir que fué la madre de Jesús y al mismo tiempo permanecer pura. Pues ¿no recorrió Jesús el tracto vaginal de María? Pues, no señor; sin cortarse un pelo, como si fuese el cuento de Caperucita Roja, Ripalda dice que Jesús salió del vientre de la Virgen como un rayo del sol por el cristal, sin romperlo ni mancharlo, es decir, dejando intacto el tracto vaginal de María. Podían haber inventado un Jesús que viniese a la Tierra en un meteorito, o transportado por los ángeles. Pero no, había que dar un modelo de mujer 'pura', de madre 'pura'. Aunque, desde luego, ninguna mujer podría ni tendría que ser tan pura como la Virgen, que había nacido sin pecado original, etc. etc., y tampoco íbamos a concebir por obra y gracia del Espíritu Santo... Pero cuanto más nos aproximemos, cuanto menos sintiésemos, cuanto menos nada ni nadie tocase o pasase por nuestro tracto vaginal, tanto más nos pareceríamos a la Virgen María: tanto menos se desinhibiría la líbido materna y tanto mejor haríamos de madres patriarcales. Fuimos condenadas a parir sin deseo, sin sentimientos, sin sentir la vida y el placer en nuestras entrañas. Porque de otro modo nunca hubieran conseguido que infligiéramos el daño que infligimos a las criaturas. Como leonas o lobas defenderíamos a nuestras crías contra el patriarcado; nos dejaríamos matar mil veces antes que consentir que nadie hiciese llorar de desesperación a un recién nacido o antes de permitir que lo arrancasen de nuestro pecho y nuestro regazo. No podríamos soportar esa frustración ni controlar la fuerza de la pasión materna. Se trata de que la maternidad funcione así: 1. Los sentimientos ordenados maternales no tienen que guardar relación alguna con el sexo o con los deseos sexuales. 2. Cualquier pulsión sexual aunque no esté producida en relación directa con el coito sólo puede tener como referencia, ya sea por asociación, simbolismo, transferencia, tendencia pervertida etc., el coito y el falo. Es decir, toda la sexualidad es falocéntrica. 3. La relación erótica y sus pulsiones deben reducirse al coito y relaciones sexuales entre adultos. 4. Por tanto, las pulsiones sexuales de las criaturas sólo pueden ser perversiones infantiles edípicas y abusos sexuales de los adultos. El deseo del bebé del cuerpo materno es un deseo de realizar el coito con la madre; y el deseo de la madre de tener apegado a ella al bebé es un impulso sustitutivo del pene que le falta, es reflejo de una mala relación con su pareja, y de su tendencia a crearse relaciones de dependencia. 5. El embarazo, parto, amamantamiento y crianza en general no forman parte de las funciones sexuales impulsadas por los deseos, sino de la medicina. 6. La prohibición de los deseos maternos recíprocos, que producen el acoplamiento de los flujos humanos primarios, se convierte en el tabú del incesto. 7. Las funciones sexuales se realizan sin deseo, sin líbido, a veces sin flujo, con el útero rígido produciendo dolor. El impulso de las sensaciones placenteras y de bienestar es sustituído por los mandatos sociales. El sufrimiento se padece, se refoula y se sublima, dando paso a los sentimientos definidos por la ley. 8. Hemos convertido el deseo en algo prohibido, luego en tabú y finalmente, ha desaparecido de la realidad; la realidad ya es carencia, miedo y dolor. La represión general sólo se produce en tanto que logra organizar la represión de los deseos de cada sujeto, lo cual es condición suya imprescindible. No es sólo el fascismo lo que no se puede entender de otra forma, como dijo Reich; lo que no se puede entender de otra forma es la represión de las criaturas por sus madres en casi todo el planeta desde hace cuatro o seis mil de años. Si hay algo imprescindible en el patriarcado es la madre capaz de descomponerse en cuerpo animal y alma espiritual, de sublimar el deseo y convertirlo en ese 'amor' de madre idealizado que conocemos, capaz de todos los sacrificios sin recibir nada a cambio, como suele decirse, y que consiste en subordinar el bienestar de la criatura a su futura integración en el orden patriarcal. Lo que hoy se entiende por 'amor maternal' debe tener poco que ver con lo que debió ser el antiguo amor maternal antes de las prohibiciones y de los tabúes¨ Fuente: Casilda Rodrigañez, extracto de ¨La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente¨. Imágen: El baño turco. Ingres, 1862
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