Recuerdo ir conduciendo en mi nueva ciudad-hogar, con el sonido del aire acondicionado de fondo mientras mi hija juega sentada en el asiento de atrás. Semáforo en rojo, paro. Mientras nadie pasa por el paso de peatones, observo la calle, la no gente, la luz tan amarillenta que llega a deslumbrar. Veo, a lo lejos, una mujer vestida con su abaya (esa túnica larga hasta los pies que se usa sobre la vestimenta en paises árabes y norte de África) y su cabeza cubierta con su hiyab (pañuelo). Lo primero que pienso es en el calor que debe estar pasando toda cubierta, de negro, a más de 40 grados en plena calle. Después, comienzo a dialogar conmigo misma y a enumerar mentalmente todas las diferencias que culturalmente nos separan. Mis vaqueros, mi cabello suelto y visible, ¨bueno, esto es lo menos llamativo e importante¨, pienso. El no poder tener relaciones sexuales antes del matrimonio, en ocasiones pasar por algo parecido al ritual del velo para mostrar su virginidad, ser pudorosa, obedecer al padre para pasar a obedecer al marido. Y más, mucho más, me decía... Me vienen muchos comentarios que estoy harta de escuchar del estilo ¨que no te den pena que ellas son felices así¨, ¨mucha abaya y luego llevan un louis vuitton¨, ¨míralas, qué ridículas y altivas se muestran¨, ¨solo saben hacer hijos¨, y más bla bla bla. Parece que el dinero compra libertad y dignidad, parece que olvidamos que son mujeres. Parece que donde hay riqueza, hay permisividad. Pero en realidad, en países vecinos, hay vecinas que no son tan ricas y siguen con su abaya.
Recuerdo mi resistencia antes de habitar por estos lugares de oriente medio, cómo me asustaba no sabía qué y mi cuerpo temblaba recordándome ser mujer. Por un lado, irracionalmente sentía rechazo hacia mi nuevo destino; por mi lado racional, curiosidad. La mujer sube a su coche con su hijo, arranca y poco a poco se coloca justo a mi lado derecho de la carretera. Con los cristales tintados, oscuros muy oscuros (para tapar, no ser vista, esconder, ocultar.... o simplemente para minimizar la fuerza del rey sol, ¡quién sabe!) veo cómo se descubre su cabeza y deja caer su abaya por detrás de su espalda, veo el color de su pelo, la expresión de su rostro, La veo a ella. Y me mira y sonríe, yo sonrío. Y pienso: ¿y cuál es nuestra abaya? La que no se vé, la que nos acompaña cada día, en silencio, enmascarada o camuflada según el momento, la época, las necesidades de mercado, las normas, religiones, costumbres, miedos. La que se escucha a través del llanto, gritos, la mirada, las palabras bien acomodadas y discursos repetitivos sin alma que saben encajar para escondernos. Bajo nuestra abaya, mujeres, bajo nuestros miedos. ¿Y mi abaya? Ay... Mi abaya, la que descubro cada día desde que soy capaz de ver las otras desde el amor, respeto y compasión. Desde que soy madre y me niego a aceptar una abaya que creen me corresponde y no deseeo, si no es de una manera, es de otra. La que llevaba antes de ser madre y que tan bien se ajustaba y pensaba que no pesaba, porque no llevaba... La que desde el colegio ya empecé a aprender. Y antes... Y así, cada día. Cada día. El semáforo vuelve a lucir verde. Verde, ¡qué esperanzador!, me digo. Suspiro profundamente y continúo mi camino con mi niña detrás... y mi madre delante, y mi abuela, bisabuela, el linaje, el legado que me han dejado y el que deseo dejar, en parte. Otra parte deseo soltar. Estoy soltando. Con esfuerzo y consciencia. Porque abayas hay muchas, Tantas como mujeres. Y nuevos caminos. Y nuevos legados. Imágen: Mujeres en Abu Dhabi, por Vicky Fernández Texto: Vicky Fernández
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Este blog es un espacio que me permito para escribir y compartir lo que me surge, me agita, me inquieta, excita y me hace vibrar, aquí y ahora. Y deseo compartirlo contigo por aquello de hacer tribu y seguir creciendo. No vaya a ser que por callar (¡o no escribir!), no nos encontremos...
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